sábado, 27 de octubre de 2012

Crónica del capítulo 3x1 y 3x2 de TWD

Como todos sabréis el 14 de este mes (octubre) se estrenó el tan esperado capítulo de The Walking Dead. Desde este blog teníamos una cuenta atrás. La verdad es que en este capítulo la serie ha sido un poco fiel al cómic aunque se han saltado una parte dura (el invierno). Y el 21 de Octubre se estrenó el dos. Y mañana domingo 28 se emitirá el capítulo 3.

La verdad es que yo personalmente me esperaba un "truño" después de la segunda temporada y me ha dejado impresionado. Hay zombies y acción. Por supuesto aparece nuestra espera Michonne junto con Andrea. Y a Carl le dejan "jugar" con armas. Y un último detalle: se ha cambiado el inicio de la serie.

La verdad es que podría hacer un resumen super guay y lleno de spoilers pero prefiero que veáis vosotr@s mismos la serie y la juzguéis según vuestro gusto. Desde CZ nos gusta me gusta pero por lo que se ve por internet a no todo el mundo le gusta la serie...

Pero para que os hagáis una pequeña idea aquí os dejo dos sinopsis muy pequeñas:
Capítulo 1: Con un mundo cada vez más peligroso, y estando Lori en avanzado estado de embarazo, Rick descubre un posible lugar a salvo de todo peligro. Pero primero ha de asegurar el perímetro y las instalaciones, llevando a su grupo a situaciones límite.

Capítulo 2: Después de un evento traumático, la vida de un miembro del grupo pende de un hilo. Por si fuera poco, el grupo también debe hacer frente a una nueva amenaza potencial que merodea por la zona.

Y un poco "en exclusiva" un pequeño resumen del tercer episodio: Después de presenciar un accidente, Andrea y Michonne conocen a una nueva comunidad de supervivientes. Pronto entrarán en conflicto con ellos y tendrán que tomar decisiones importantes.

Y por último el tráiler de la tercera temporada. 


Esperamos que os guste!!!

martes, 23 de octubre de 2012

PRIMER clasificado del concurso de relatos Zombie


"SIN MAYORES"
POR DANIEL GUZMÁN ÁLVAREZ



El Niño disfrazado de cowboy estaba inclinado sobre el cadáver de la dependienta del supermercado y lo miraba con una imperturbable expresión de seriedad. Él no lo sabía pero era la misma expresión que ponía cuando miraba a las hormigas a través de una lupa y movía el vidrio para que la luz incinerase a los insectos, sin saber a ciencia cierta si lo que hacía estaba mal o no, si debía disfrutar o sentirse avergonzado.

Total, la había matado.

Otra vez.

Asomada por encima de su hombro estaba la Niña, disfrazada de princesa, con una vaporosa y larga falda rosa chicle y una diadema plateada que le recogía el cabello. También miraba al cadáver con curiosidad y cierto resquemor. Sus sucios bucles dorados le caían a ambos lados del rubicundo rostro, mientras sus labios se abrían y fruncían intentando encontrar las palabras.

- Por favor –dijo ella con voz asustada.- Por favor, hazlo.

- Está muerta –respondió él con desgana.
El Niño lo sabía. Cuando les daba en la cabeza se morían. Pasaba en las pelis y pasaba ahora. Para que luego dijera su madre que lo de las pelis era mentira. Por eso ella estaba muerta y ellos no.

- Ya, pero… Hazlo… para que me quede tranqui. Porfaaaa. Porfa. Porfa. Porfa.

El Niño lanzó un apagado suspiro, se puso de pie y alzó el revolver que tenía en la mano derecha. Siempre acababa haciéndola caso. Siempre. Era un blando. Sabía que era peligroso, que no debía ser un flojucho, y menos aún cuando había zombis por todas partes que te podían comer vivo, o morderte y convertirte en uno de ellos.

Pero ella le gustaba, y era incapaz de decirle que no a nada. Por eso la protegía. Por eso cuando todo el mundo se volvió loco en el colegio, y en la calle comenzaron a oírse gritos, y disparos, y explosiones, y sonidos de cristales rompiéndose, y la gente corría por todas partes, les olvidaron, se olvidaron de ellos, les olvidaron porque era de flojuchos cargar con niños pequeños y lloricas. Entonces el Niño cogió de la mano a la Niña, muy fuerte, y la abrazó, y le dijo al oído: Ven conmigo, estaremos mejor sin mayores.

Y desde entonces habían estado juntos.

La pistola era un calibre 38 de cañón corto, aunque eso el niño no lo sabía, y le daba igual. Era un arma corta para cualquier adulto, pero en las manos del Niño, aún a pesar del disfraz de cowboy, parecía monstruosa y antinatural. Salvo, quizá en EEUU.

Sostuvo la pistola con ambas manos, cerró el ojo izquierdo, se mordió una lengua y apuntó a la cabeza de la dependienta, donde el agujero de bala del anterior disparo aún humeaba.

Apretó el gatillo.

¡PUM!

La detonación fue ensordecedora. Vibrante. Siempre lo era con tanto silencio. Ese pesado silencio que inundaba la ciudad entera. El arma saltó hacia arriba a causa del retroceso, pero el Niño la controló. Cada vez era más fácil. Cada vez lo hacía mejor. La tapa de los sesos de la dependienta explotó por encima de la ceja derecha. Los sesos grises se mezclaron con la sangre negra y coagulada.

Tanto el Niño como la Niña arrugaron el rostro con cara de asco.

- Yeeeeks –dijo ella.

- Sí –concordó él.- Vámonos, anda –dijo secamente.

El ruido los atraería, pero como eran lentos y torpes tardarían bastante en llegar. Pero llegarían. Y serían muchos. Los había visto a veces, por las rendijas de las persianas de la Casa. Cabezas y cabezas de muertos que iban por las calles… un ejército. Y entonces no había silencio, había mucho, mucho ruido. Debían estar lejos para cuando eso pasara.

A ser posible en Casa.

Salieron del viejo supermercado empujando un renqueante carrito de la compra lleno de cajas de cereales, latas de refresco, bolsas de patatas fritas, latas de raviolis con tomate y mucha carne envasada al vacío. Más que supermercado era una especie de tienda de ultramarinos muy grande, un largo y oscuro pasillo con estanterías altas a los lados. Muchas latas, muchas cajas de galletas y cereales, muchas botellas de aceite y licor.

Y lo mejor de todo, un oscuro y profundo almacén lleno de más comida, al que se llegaba por una trampilla que había debajo de una alfombrilla detrás del mostrador.

Una de las ruedas del carrito estaba mal atornillada y se bamboleaba como una loca. El sonido era irritante y en opinión de la Niña, estruendoso. Le asustaba que el ruido les atrajera. Pero estaban cerca de la Casa, y esta era segura, y el Niño decía que el carrito era necesario porque llevaban mucha comida y eran muy pequeños para cargarla en bolsas, habrían necesitado varios viajes y lo mejor era hacer uno cada muchas semanas.

- ¿Quieres que te lea algo cuando lleguemos a casa? –preguntó risueña ella.

No había tele, ni videojuegos, ni dibujos animados, ni luz eléctrica, ni microondas, ni dvd o blue-ray… pero sí había libros. Muchos. Y revistas, y tebeos, y libros de cuentos… al Niño no le gustaba leer, los comics sí, de vez en cuando, y los cuentos con muchos dibujos, pero el resto le cansaban y se aburría rápidamente… pero si le gustaba, y mucho, que ella se los leyera. Cerraba los ojos y se dejaba guiar por su dulce voz a los reinos ficticios y las maravillosas historias que ella le contaba.

- ¿La Princesa Prometida, por ejemplo?

Era como cuando su mamá le contaba cuentos cuando era pequeño.

- Claro –le miró sonriente.- Lo que tú quieras –y le guiñó un ojo con cierta picardía, torpe e infantil, pero que hizo que el Niño se pusiera colorado como un tomate.

También le gustaban los besos. Habían visto películas, antes de que los zombis comenzaran a comerse a toda la gente, y sabía que si un chico y una chica se querían tenían que darse besos. Y también hacer el amor, pero cuando lo habían intentado, estando los dos desnudos, a oscuras, bajo casi doce mantas y sábanas, que cada día olían peor, había sido muy extraño. Incómodo. Repulsivo. Desagradable.

Quizá es que eran muy pequeños para hacer el amor. Pero no para lo de los besos. Eran besos torpes, babosos, húmedos… pero a los dos les gustaba darlos y recibirlos. Un día ella le había metido la lengua entre los labios. Solo la puntita.

- Mi hermana siempre hablaba con sus amigas de los besos con lengua –dijo, como excusándose mientras un bonito rubor la coloreaba las mejillas.

Luego rompió a llorar. La pasaba mucho cuando se acordaba de su hermana. Y de su papá y su mamá. Y de su abuela. Incluso cuando se acordaba de su perrita Luna.

A él no.

Él iba empujando el carrito, sin apenas poder asomarse por encima del mismo, con la culata del revólver asomando por la parte de atrás de la cintura de sus pantalones de cowboy. Ella, sonriente, caminaba a su lado abrazada a un paquete muy grande papel de culo, con un largo velo atado a la diadema bailando a su espalda.

Y apareció.

De repente.

Salió de detrás de un coche, tambaleándose como si estuviera borracho con las manos extendidas hacia ellos. La Niña gritó y dejó caer el gran paquete de papel higiénico. El Niño también gritó, dio tal salto hacia atrás que el sombrero de vaquero se le cayó sobre la nuca, y tras el chillido se maldijo por ser un cobarde.

El hombre estaba vivo. No era un zombie, solo era un señor mayor, de unos cincuenta años o algo así, un adulto de pelo canoso y sucio pegado a la cara por el sudor frío que le bañaba el cuerpo, vestido solo con unos desgastados y sucios pantalones de traje, con el pálido torso al descubierto, la carne de gallina, la prominente barriga colgando sobre el cinturón, los ojos desmesuradamente abiertos, los labios casi tan blancos como la piel y unas grandes ojeras sobre sus marcados pómulos.

- Niños –dijo con un hilo de voz.- Oh, gracias, Díos Mío.

El Niño y la Niña se miraron, y luego le miraron a él. El Adulto se abalanzó sobre ellos con los brazos abiertos y una maniaca sonrisa de felicidad dibujada en el rostro.

- ¡No estoy, solo! –gritaba mientras se acercaba a ellos con pasos lentos.- ¡Gracias, Díos Mío! ¡Gracias, Díos M..!

El Adulto se frenó en seco ante el negro cañón del revolver del 38 que estaba apuntándole a la cara. El Niño al otro lado del arma que sostenía con un pulso particularmente firme le miraba con pavor.

- Largo –dijo con aspereza.

Tenía mucho miedo.

Los adultos eran peligrosos. Los había visto a veces por las rendijas de la persiana de Casa, cuando hacían tanto ruido en la calle que llamaban la atención. Corrían en grupos, disparando al aire, gritando e insultándose los unos a los otros. Algunos se peleaban entre ellos, se disparaban y mataban, o robaban, o les hacían cosas feas a las chicas que se encontraban. Y otros simplemente huían como locos de los muertos vivientes hasta que eran rodeados y se los comían vivos.

El Adulto que tenía en frente parecía de ese último grupo.

- P… Pero…

- He dicho que largo.

La Niña cogió el paquete de papel higiénico con lentitud.

- Será mejor que se vaya –dijo con voz aguda e infantil, mientras lo abrazaba.
- Sois niños –dijo con ternura el Adulto mientras una pareja de lagrimones comenzaba a surcarle el sucio rostro.- Por el amor de Dios, sois dos niños pequeños. Necesitáis que os ayude.

Se acercó a ellos. Los niños dieron un paso atrás, el Niño no dejaba de apuntarle.

- No. Estamos mejor sin mayores. No queremos mayores cerca. Y ahora largo.

- No. No os asustéis –su voz era nerviosa, suplicante y triste.- Soy… soy bueno, solo que… no quiero estar solo. ¿Lo entendéis? He rezado a Dios. ¡Oh sí!, ¡oh, Dios que está en las alturas! y me ha dicho que me enviaría una pareja de preciosos ángeles. Unos hermosos ángeles ¡Como vosotros! ¿Lo entendéis? ¡Oh, Dios, que has cruzado nuestros caminos, que afortunados somos! ¡Aleluya! Sois tan hermosos… Mis niños. Sois tan hermosos. No quiero seguir durmiendo solo. Hace frío. ¿Lo entendéis? Seré bueno con vosotros, como lo fui con los anteriores ¿Lo entendéis? Y os protegeré de los zombis malos, de esos sucios y feos zombis y-y-y-y cuando sea de noche, ¿sí?, ¿Lo entendéis? cuando sea de noche dormiremos juntos, en la misma cama, abrazados ¿Lo entend…?

El eco del disparo resonó por la solitaria ciudad. La ventanilla del lado del copiloto de un coche al fondo de la calle, estalló cuando la bala la atravesó. El cañón de la 38 humeaba. El Niño había cerrado los ojos cuando disparó, solo un parpadeo por la detonación y la pólvora, y cuando había abierto los ojos de nuevo, el Adulto seguía ahí, de pie, con las manos sobre la cara y caído de rodillas.

- No-no-no-no-no-no –repetía, llorando.- No me mates. No-no-no...

Había fallado.

- Dios no quiere que me mates, por favor, por favor, no me mates...

- ¡Que se vaya! –gritó el Niño con los dientes apretados.

Estaba enfadado y asustado, porque ese señor loco no se iba. No era lo mismo disparar a un vivo que a un muerto. No era como cuando quemabas a las hormigas con la lupa. Las hormigas y los zombis no lloran, ni hablan, ni piden por favor que no les mates, ni se mean en los pantalones del susto.

Ni daban pena.

- ¡Coja la comida! –pidió la Niña.- ¡Cójala y váyase!

El Niño la fulminó con la mirada. Se sintió traicionado. La comida era suya, no de ese loco gordo y meón, que hablaba con Dios y le gustaba abrazar a los niños como si fueran peluches antes de dormir. Pero maldita sea, con tal de que se fuera y les dejase en paz que se llevase toda la comida que quisiera, podían volver al súper a por más.

- ¡Sí, y luego váyase! –cerró el dedo alrededor del gatillo.

El Adulto se estaba palmeando nerviosamente el pecho, y después la cara. Estaba buscando algo, quizá el agujero del disparo de la bala, pero no tenía ninguno.

- ¡No me has dado! –chilló el adulto.- ¡Aleluya! ¡Me ha atravesado! ¡Oh, Señor! ¡Gracias, Señor! ¿Lo entendéis? ¿¡Lo entendéis!? ¡Es una señal! La bala me ha atravesado y no me ha hecho ningún mal porque, Dios nuestro Señor, quiere que estemos juntos, quiere que os proteja, ¡que os ame!

El Niño miró a la Niña de reojo, mientras el Adulto alzaba la cabeza al cielo y seguía alabando a Dios Todopoderoso por salvarle de la bala, por ese milagro. Volvió la vista para ver como empezaban a llegar. Figuras negras entre los cadáveres de los coches. Zombis. Muertos vivientes. Caminando, arrastrando los pies, extendiendo las manos hacia ellos. Aún no les oía gemir, pero en breve los oiría por todas partes.

Entre los disparos, y los gritos del Adulto iban a venir en oleadas, en enjambres, en hordas.... Tantos que lo mejor sería coger la pistola y utilizarla sobre ellos. A veces lo había pensado. Morir como en Romeo y Julieta. Morir juntos y enamorados, en vez de correr desesperados por las calles de la ciudad hasta que se los coman.

O, si se daban prisa, podían correr a Casa y cerrar las puertas antes de que algún zombie les viera. O que les vieran, ¿qué más daba? Las puertas eran pesadas y duras. No iban a romperse por mucho que las golpearan con esas manos frías y podridas. Además los zombis no se comerían la comida del supermercado. No se comían los raviolis con tomate en lata, sino a la gente viva.

A la gente que hacía mucho ruido. A los adultos fofos y gritones que se quedaban quietos, llamando a su Dios.

- ¿Lo entendéis?

- Sí –respondió el Niño y se caló el sombrero de cowboy con una mano. Alzó el revolver con la otra.

El primer disparo le impactó por encima de la rodilla, en su sucio pantalón de traje y le arrancó un áspero grito, que más que dolor fue de sorpresa.

El segundo le alcanzó en el blanco vientre.

La Niña gritó, pero el Niño no. Al contrario, dio un paso sin dejar de apuntar al Adulto y miró fijamente cómo se retorcía en el suelo, mientras un flujo carmesí se le escurría al Adulto entre los dedos.

- ¿Por qué? ¿¡Por qué!? ¡Oh, Dios mío! ¡Por qué! –gimoteaba el Adulto.

El Niño no tenía una respuesta. Quizá Dios tampoco. Quizá Dios no estaba allí, o nunca había estado. O quizá les estaba mirando como él miraba a las hormigas a través de la lupa o como él miraba ahora mismo al Adulto.

- Te dije que no queríamos mayores –sentenció.

Alzó la vista y miró a los zombis. Ya no eran figuras oscuras que aparecían entre los coches y se aproximaban sigilosamente hacia ellos. Eran un ejército que marchaba lentamente, con deformados rostros grises, fauces abiertas, cuerpos putrefactos, descompuestos y su lamento que se dejaba escuchar por toda la ciudad muerta.

Tomó a la Niña de la muñeca.

- Vámonos –dijo con sequedad y tiró de ella.

La Niña no le quitaba la vista de encima al Adulto que comenzó a arrastrarse tras ellos, suplicando ayuda, pidiendo clemencia, que no le dejaran allí tirado, solo, abandonado. Pidiendo amor.

Ella, como siempre desde que todo había comenzado, se dejó llevar por él. Estaba aturdida a causa de la tensión, aterrada por la cantidad de muertos que aparecían de todas partes. Corrieron de la mano, torcieron por una esquina y los vieron caminando hombro con hombro al fondo de la calle, con esos ojos turbios y hambrientos fijos en ellos. El Niño la llevó a rastras hasta el portal de la Casa, sacó las llaves del bolsillo del pantalón vaquero y abrió con prisas la gran puerta de la entrada. En un pestañeo estaban dentro de la casa. Sin la comida, sin el carrito, asustados y con ganas de llorar.

El Niño cerró con llave la puerta, la tomó del antebrazo mientras subían las escaleras hasta llegar a la casa que fue de la abuela de la Niña. Parecía que había sido hace una eternidad cuando su abuela la hacía recitar sus oraciones en el pequeño salón.

Cuando cerraron la puerta de la casa y echaron el cerrojo se sintieron a salvo, a salvo en esa vieja y oscura casa, lejos de los zombis y de los adultos. Solos ellos, los dos, en medio de un silencioso mar de cemento, metal, cristal y cadáveres.

Y de repente le oyó. Le oyó chillar. Escuchó cómo se lo comían. El Niño corrió hacia la ventana y miró entre las rendijas de la persiana. La Niña le vio, era como cuando miraba a la dependienta del supermercado. O a otros zombis a los que habían matado.

La Niña tuvo una arcada, le dio tiempo a taparse la boca con la mano y contuvo al vómito que se abría paso por su garganta. El Niño le dirigió una fría mirada y negó con la cabeza, como diciendo: estas chicas que no aguantan nada.

- Eso no es lo que quería Dios –consiguió decir la Niña mientras el Adulto seguía desgañitándose.

Además de los gritos se había empezado a oír los sonidos de los zombis alimentándose.

- ¿Y cómo lo sabes? –preguntó él, sin perderse el espectáculo.

- Mi abuela. Mi abuela me decía que Dios era bueno, que Dios nos quería –la Niña había empezado a llorar y ni si quiera se había dado cuenta.- A Dios no le gusta que le disparemos a la gente y que nos hagamos daño. Jesús, su hijo, dijo que nos debíamos amar los unos a los otros.

El Adulto seguía gritando, pero los gruñidos de los zombis mientras se lo comían se oían por todas partes.

- Eso era antes. Antes cuando eran los mayores los que mandaban. Ahora ya no. Estamos sin mayores, Eva. Y no los necesitamos.

Eva, la niña, dio un triste suspiro. Se acercó a la ventana, se puso al lado del Niño y apoyó la cabeza sobre su hombro, con delicadeza.

- Lo se, Adán –dijo ella con dulzura, y pasó su mano alrededor de la cintura del chico.

Había muchos zombis en la calle, pero se estaban disgregando poco a poco. El festín había terminado, del Adulto sólo quedaba una mancha roja en la acera.

domingo, 21 de octubre de 2012

Segundo clasificado del concurso de relatos Zombie


"IMPRESCINDIBLE ETIQUETA"
POR DANIEL GUTIÉRREZ


El Blood Meet, se encontraba en uno de los barrios más exclusivos de la ciudad. Era un nuevo concepto de cocina que estaba arrasando en todas partes del mundo, y era prácticamente imposible conseguir mesa, a no ser que fueras alguien influyente.
Samuel lo consiguió. Después de decenas de llamadas, de recomendaciones, y de algún que otro regalo a la persona adecuada, logró reservar una mesa para él, su novia, y su mejor amigo. Los dos le felicitaron cuando se enteraron de la excelente noticia.
Ahora se encontraban de pie, en la acera, esperando pacientemente en la inmensa cola de zombis que salía desde el interior del local, y que daba la vuelta a la manzana en una aberrante procesión de lamentos, llagas, y pústulas.
–No te imaginas las ganas que tengo de comer ahí –dijo su novia mirando el restaurante mientras se relamía intentado refrenar un ataque de ira.
Un reguero de babas escapó por la comisura de sus labios, mezclado con un amarillento liquido maloliente. Samuel se acercó a ella, y pasó su lengua por el chorro de saliva y pus. Lo tragó con placer, para después besarla en sus inflamados y morados labios.
–Enseguida entramos, no te pongas nerviosa. Yo también tengo ganas. Empiezo a estar cansado de perseguirles. Prefiero que me los pongan en el plato –musitó Samuel con melancolía.
–Si tienes hambre yo he traído un aperitivo. Intuía que la espera iba a ser larga.
El que habló fue Marcos, un buen amigo de Samuel desde hacía años. De hecho era su mejor amigo. Habían muerto juntos en un accidente de moto. Ambos salieron despedidos de la Ducati de Samuel para empotrarse contra uno de los guardaraíles de la carretera. Murieron en el acto por diversos traumatismos. Desde aquel entonces, cuando se volvieron a levantar del suelo sin comprender lo que pasaba, no se habían separado.
–¿Qué es? –preguntó Susana.
Marcos, sacó de uno de los bolsillos interiores de su americana un intestino enrollado cubierto de pelusas y suciedad. Cientos de insectos trabajan en los pliegues de las entrañas, atareados en transportar pedazos microscópicos de carne.
–¿Pretendes qué me coma eso? –dijo ella entre divertida y asqueada.
–Como si no hubieras comido cosas peores... –dijo él arrancando un trozo de tripas con los dientes.
La fila de muertos vivientes avanzaba a paso lento por la calle. Cada pocos minutos, una furgoneta oxidada, paraba en la puerta del restaurante para dejar mercancía. Hombres, mujeres, ancianos y niños eran transportados metidos en grandes sacos desde el vehículo hasta las cocinas del restaurante, entre gritos, sollozos y lamentos.
–No sé porque se quejan tanto –espetó Samuel mientras se arrancaba un jirón enorme de piel de su brazo derecho–. ¿Quieres?
Susana se comió lentamente el trozo de carne podrida que le tendió su novio.
–Supongo que aún no han asimilado su condición. En el fondo les comprendo –dijo ella.
–Yo también les entiendo... –Samuel miraba como transportaban a otro grupo al interior del local–. ...pero me encantan.
Los tres rompieron en una sonora carcajada. A él le dio tal ataque de tos que apunto estuvo de partirse por la mitad. Una vez recuperada la compostura, se recolocó la chaqueta y la corbata, que ya estaban repletas de sangre y pus debido al continuo goteo de su boca.
Avanzaron unos metros más en silencio. Se encontraban ya debajo del grandioso cartel de neón que coronaba la puerta del Blood Meet. El portero, un hombre de color de al menos dos metros, miraba sin pausa el libro de reservas que se encontraba depositado en un pequeño atril. Algunos entraban, otros, los que pretendían colarse sin reserva, eran echados de la fila a golpes y empujones.
Una pequeña reyerta tenía lugar justo por delante de ellos. Dos hombres unidos por el costado y en un visible estado de putrefacción, discutían con el gorila de la puerta.
Marcos se puso de puntillas para ver que sucedía.
–Vaya –dijo realmente intrigado–. Es la primera vez que veo siameses.
Susana le miró sonriendo.
–Quiero decir... había visto fotos, y por la televisión... cuando había televisión, ya sabéis. Pero nunca tan cerca. Es fascinante...
Los hombres se fueron dedicando al portero toda clase de improperios. Sus dos cabezas, le insultaban ferozmente bajo la atónita mirada de los demás zombis, que guardaban fila pacíficamente mirando el espectáculo.
Llegó su turno.
–¿Tienen reserva señores? –preguntó el portero mirándoles con su único ojo.
Le faltaba media cara, que supuraba ríos espesos de pus coagulado por su cuello y camisa. El agujero donde tendría que haber estado el otro ojo, era una hendidura infecta repleta de gusanos.
–Sí, Samuel Hernández. Para tres.
Hizo el gesto con los dedos. Uno de ellos, el índice, dejaba asomar el hueso por la punta.
–Perfecto, gracias, pueden pasar –dijo el negro zombi haciéndoles un gesto hacia dentro.
Cuando entraron, se quedaron con la boca abierta durante unos segundos. El local era grandioso. Decenas de mesas se extendían por los cientos de metros cuadrados de extensión del restaurante.
Era de forma rectangular. Tres de las paredes se hallaban recubiertas de jaulas con humanos dentro. Samuel miraba a toda aquella gente gritando dentro de sus cárceles. Estaban sucios, algunos muy delgados y desaliñados. Otros, por el contrario, presentaban muy buen aspecto, rollizos y con buen color. Supuso que eran los que acababan de ver entrar en sacos cuando esperaban su turno en la cola. Un rápido calculo le hizo creer que al menos habría trescientas personas allí encerradas.
Miraban horrorizados a los comensales, chillando, llorando, amenazándoles con todo tipo de insultos e improperios. Se arrojaban sobre los barrotes con el objeto de abrir las puertas a base de golpes, pero todo su esfuerzo era en vano. También vio como algunos yacían quietos en el suelo de las jaulas. Quizás resignados a ser entrante o postre, o muertos ya de inanición o por asfixia.
La otra pared del restaurante, la que no estaba cubierta de celdas, dejaba a la vista la cocina. Una enorme cristalera daba fe de cómo los esmerados cocineros preparaban los platos. En ese momento, dos zombis vestidos de blanco con sendos sombreros, despedazaban a un gordo entre gritos de agonía. Uno de los chefs, le arrancó los brazos tras un par de golpes con un afilado cuchillo de carnicero. El otro, un muerto bastante morado e hinchado, despellejaba lentamente las piernas del infeliz, para posteriormente, depositar las tiras de piel en un plato que ya tenia una base de lenguas.
El zombi abotargado cogió el plato con una de sus pútridas manos, y miró una comanda que colgaba de una viga de madera.
–¡Marchando la de piel con lenguas! –gritó para hacerse oír por encima del barullo reinante.
Un camarero fue hasta él para recoger el plato. Lo llevó veloz hasta una de las mesas, donde un solitario muerto comenzó a degustar el plato con sumo placer.
–Me encanta este sitio –dijo Marcos mirando el ir y venir de camareros por entre las mesas.
Otro camarero les abordó.
–Buenas noches señores. ¿Están atendidos? –dijo amablemente.
–No, aún no –dijo Susana mostrando los dientes–. Tres. Tenemos reservada la mesa “especial” –apuntó resaltando la palabra.
–¿La especial? –el camarero abrió mucho los ojos que ya se asemejaban a dos pasas por el efecto de la putrefacción–. Eso si que es suerte amigos. Deben tener contactos importantes.
Samuel vio como su novia le miraba con adulación, a lo que él respondió con su mejor sonrisa y guiñándole un ojo.
El camarero les hizo un gesto para que le siguieran. Fueron esquivando sillas y mesas hasta la suya. Esta se encontraba en un rincón al fondo del restaurante. Un impoluto y blanco mantel la cubría hasta el suelo, tapando unos finos y duros barrotes que salían desde la superficie de madera hasta el entarimado, formando así una pequeña celda-mesa. Un agujero se situaba justo en el centro.
–Enseguida les traigo la carta. ¿Quién beber algo mientras tanto?
–Una jarra grande de jugo cerebral. Con mucho hielo –pidió Marcos.
El camarero se fue raudo por entre las mesas esquivando a otro que se disponía a servir una ensalada de pezones en la mesa de al lado. Volvió a los pocos segundos con tres cartas que distribuyó entre ellos.
–Cuando sepan que quieren háganme una seña. Supongo que si han pedido esta mesa es porque quieren el plato especial de la casa –dijo el muerto sacando una libreta llena de sangre de uno de sus bolsillos.
–Por supuesto –contestó Samuel–. Lo comeremos de segundo. Vamos a mirar los entrantes.
Los tres se miraron y abrieron las cartas acompasados. Miraban el exquisito menú con adoración. Platos que jamás se habían imaginado se sucedían uno tras otro en una orgía de placer que nunca habían visto.
–¡Eh! Mirad este –exclamó Susana entusiasmada–. Revuelto de lóbulos y campanillas... Creo que lo voy a pedir. No recuerdo la última vez que comí lóbulos, y desde luego no fue sentada en una mesa con un mantel reluciente.
Samuel se rió por el comentario de su novia. Se acercó lentamente y le dio un beso en los labios. Un hilo de sangre coagulada quedó colgado de su labio inferior. Ambos rieron ante la mirada de Marcos, que alternaba su vista entre ellos y la carta.
–Precioso... –dijo simulando un aburrimiento atroz–. Yo pediré los ojos en salsa de bilis.
Cerró la carta con desdén y la dejó en un lateral de la mesa, encima de la de Susana, que ya había soltado la suya tras decidir su plato.
–¿Y tú Sam? ¿Ya sabes qué quieres? –dijo ella interrogándole con la mirada.
Él pasó atrás y adelante una de las hojas hasta que señaló la primera línea de una de las páginas.
–Sí. Creo que me voy a animar con los pulmones en base de párpados.
Se deshizo de la carta justo cuando el camarero se aproximaba con la jarra de jugo cerebral. La depositó en la mesa con cuidado y tomó nota de los platos. Se fue tan rápido como había llegado.
Samuel llenó los vasos de Susana y Marcos, para posteriormente hacer lo propio con el suyo. Marcos lo levantó en el aire.
–Esto si que es comer amigos, se acabó el andar corriendo por las calles detrás de esos apestosos –dijo señalando una de las jaulas repletas de gente.
–No creo que podamos permitirnos esto todos los días –replicó Susana después de dar un gran trago a su jugo–. El correr por las calles no ha acabado.
–Es cierto –apuntó Samuel–. Además... ¿Cuántos crees que quedan? Llevamos años alimentándonos de ellos, pronto se acabaran...
Un aire de tristeza ensombreció su pútrida cara.
–No nos pongamos sentimentales hoy ¿vale? –dijo Marcos–. Quizás esta cena sea el principio de algo bueno.
Los tres sonrieron y levantaron sus copas al aire.
–Brindo por eso amigo.
Samuel chocó la copa con él y con su novia. Todos bebieron ansiosos hasta dejar los vasos vacíos.
El camarero llegó en ese instante con los primeros platos. Dejó los pulmones delante de Samuel, y el revuelto y los ojos en sus respectivos sitios en la mesa.
–Salud –dijo alejándose de nuevo.
Marcos no tardó en lanzarse a por los ojos. Hundió su cabeza en el plato sorbiendo la salsa ayudándose de las manos para engullir todos los globos oculares uno a uno. Un ansia enfermiza se apoderó de él mientras devoraba la comida.
Susana y Samuel no se quedaron atrás. Se abalanzaron sobre sus platos como animales salvajes. Los fluidos, la sangre, y los restos de piel y carne, resbalaban por sus infectos dientes y labios salpicando la totalidad de la mesa y a los comensales cercanos. A nadie le importaba, pues ellos mismos también eran salpicados por el resto de zombis.
El contenido de los platos desapareció en unos minutos. Ninguno habló durante el festín, solo devoraron, trituraron, y tragaron sus raciones como bestias inmundas. Levantaron la cara y se miraron fijamente.
–Hacía tiempo que no comía algo tan sabroso –dijo Samuel tras hurgarse con el dedo entre dos dientes podridos.
–Sublime –susurró Susana extasiada por la comida.
Embriagados como estaban por la excelencia de lo que acaban de comer, se vieron interrumpidos por unos desgarradores gritos provenientes de la cocina. Dos zombis agarraban a un hombre fuertemente, mientras otro le ataba las manos a la espalda y aseguraba sus tobillos con una brida metálica. Cuando lo tuvieron asegurado, le arrastraron por entre las mesas mediante una soga al cuello que uno de ellos ató con dureza.
–Creo que viene nuestro especial de la casa–dijo Samuel con sorna.
–Oh si, ya lo creo. Y tiene buen aspecto, no como esos enclenques enjaulados de las paredes –puntualizó Marcos mirando de nuevo a los presos.
Los putrefactos camareros llegaron hasta ellos. El hombre se retorcía en suelo mientras aullaba a pleno pulmón. Pataleaba y hacia aspavientos con las manos en todas direcciones. Tres trabajadores más tuvieron que acercarse hasta la mesa para ayudarles a meterle dentro. Una vez lo hubieron reducido fue bastante más fácil.
Uno de ellos, sacó de su bolsillo una llave que usó para abrir una pequeña puerta en los bajos de la mesa. Introdujeron al hombre, en posición fetal, y aseguraron con grilletes sus brazos y sus piernas a los barrotes. Después, uno de ellos, metió la mano por la abertura central de la mesa hasta agarrar su cabeza. Le izó tirando fuertemente de la cabellera, hasta que el cuello quedó a ras de la mesa. Sin darle tiempo a reaccionar, le colocaron una suerte de collarín de hierro, inmovilizando así la cabeza al agujero, y manteniendo el cuerpo debajo.
El hombre había parado de gritar, pero ahora, desde su posición y viendo las caras de los tres monstruos que tenia alrededor, comenzó a llorar como un niño al que le hubieran quitado la teta de la boca.
–Espero que sea de su gusto –dijo sofocado el camarero.
Susana miraba la cabeza del hombre con apetito asesino. Esta, completamente rapada, dejaba entrever varias venas de color azulado por toda su superficie.
–Lo es, muchas gracias –contestó reprimiendo las ansias por clavarle los dientes en el cráneo.
–¿Desean herramientas para partirlo? ¿Martillos? ¿Sierras?
Marcos y Samuel se miraron con gesto divertido mientras se colocaban la servilleta en el cuello de la camisa.
–No gracias, creo que usaremos los dientes directamente –resopló el segundo impaciente por empezar.
–Buen provecho –dijo el camarero retirándose.
El hombre les miró aterrado. El collarín del cuello le dejaba muy poco margen de maniobra, pero contorsionándose al máximo, era capaz de ver a los tres comensales.
–No lo hagan por favor –suplicó–. No me coman, yo no he hecho nada... ¡no he hecho nada! No merezco esto... no lo merezco.
Comenzó a llorar de nuevo haciendo que un rió de lágrimas resbalara por su rostro.
–¿Cómo que no lo mereces? –saltó Samuel escupiéndole en mitad de la cara.
El escupitajo, un mejunje de saliva, pus, y sangre, impactó en la frente del infeliz.
–¿A cuantos de nosotros mataste cuando empezó esto? ¡A cuantos! No tenemos la culpa de que se hayan vuelto las tornas.
El hombre dejó de llorar unos instantes y miró a los ojos de Samuel. Quiso ver algo de humanidad en aquella amorfa y sanguinolenta aberración, pero no encontró nada de eso. Sus ojos no tenían vida, eran inertes, como dos piedras blancas demasiado gastadas por la erosión.
–Yo... yo... –balbuceó–. No sé a cuantos maté... Era distinto por dios, era una epidemia, estábamos asustados. Los contagios se contaban por miles, atacaban a la población. ¿Qué íbamos a hacer?
–No sé para que hablas con él –interrumpió Susana–. Sabes lo que son y lo que han hecho con nosotros. Nos aniquilaron por millones al principio, sin contemplaciones. Incluso a los niños. Son ratas.
El preso giró la cabeza todo lo que pudo para mirarla de reojo.
–No teníamos otra opción, esto... sois.... ¡es antinatural! Es una...
Pero no le dio tiempo a decir más. Marcos se abalanzó sobre su lisa y blanca cabeza, y le hincó los dientes en el cráneo. La dentellada fue sublime. Arrancó carne y hueso hasta dejar a la vista el cerebro del reo.
Susana se le unió de inmediato. Sus mordiscos sonaban similares a un constante machacar de nueces. A cada bocado, un agujero aparecía en la cabeza del ya muerto humano. Samuel, que por un momento pareció recapacitar por lo que el hombre estaba diciendo, no pudo contenerse ante la visión de los sesos al descubierto. Estiró la mano, y agarró un pedazo de materia gris que se llevó a la boca después de restregarse la totalidad de la cara con la pegajosa masa.
Entre los tres acabaron con la cabeza en unos minutos. No quedó nada, solo pequeños fragmentos de hueso, los dientes y las mandíbulas. Cuando hubieron separado por completo la cabeza del cuerpo comenzaron a hurgar en el inmenso agujero del cuello. Extrajeron la traquea, músculos y tendones, hasta que el sólido collarín de hierro no les dejó seguir escarbando.
Marcos soltó un atronador eructo, al tiempo que se daba pequeños golpes con el puño en el pecho.
–Esto ha sido colosal –dijo abrumado–. Un cerebro excelente.
–Y tanto –comentó Susana, que aún tenia restos de sesos por la cara, el pelo y las manos.
–Definitivamente... creo que tendremos que repetir –soltó en una fuerte risotada Samuel.
Sus amigos se le unieron, y los tres compartieron una espléndida sobremesa, hablando de tiempos peores cuando aún estaban vivos, y lo tremendamente felices que eran ahora estando muertos.
Disfrutaron de exquisitos postres: soufflé de hígado para Susana, sorbete de jugos gástricos para Samuel, y una exquisita tarta para Marcos, que repitió pidiendo sesos con virutas de uñas.
Pagaron la cuenta, y se marcharon del Blood Meet, no sin antes firmar en el libro de visitas que había en la entrada.
De camino a casa aún tomaron algo más, pero de mala manera y a la carrera, como tenían por costumbre, nada equiparable a los manjares que acababan de degustar en aquel palacio de la comida.
Se despidieron y quedaron para otro día, esta vez para ir a un buffet que acaba de abrir cerca de donde vivía Marcos, pero eso sería otro día.

viernes, 19 de octubre de 2012

Tercer clasificado del concurso de relatos Zombie


"¿QUIÉNES SOIS?"
POR LLUVIA BELTRÁN


Me he levantado sintiéndome un poco raro, o más bien con un extraño sabor en la boca.
Además, me duele la mandíbula, como si hubiera estado horas masticando chicle sin parar, o como cuando comes un enorme bocadillo que apenas te entra en la boca. Y me duele la cabeza, pero eso no es novedad, últimamente parece que el cerebro me va a estallar, o tal vez los ojos, o, qué sé yo, quisiera arrancarme la cabeza entera y darle una patada, a ver si así se arregla.
Tengo sed, mucha sed, quiero quitarme este extraño sabor de boca. Así que voy al baño y me pongo a beber agua como si acabara de regresar del desierto, y bebo y bebo pero siento que no consigue saciarme. De pronto tengo ganas de vomitar, creo que me he hinchado demasiado la barriga con tanto líquido. Siento asco. Me miro en el espejo y observo mi cara, me veo muy ojeroso y como demacrado, no es normal en mí; además, la incipiente barba me da un aspecto desaliñado.
Bueno, de hecho ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que me afeité o que me duché, no me acuerdo... y no entiendo por qué, a qué se debe esta amnesia temporal. ¿Temporal? Trato de recordar lo que hice ayer, cómo me levanté o qué desayuné, cómo fue mi día, y no consigo traer a mi mente ninguna imagen real de lo que hice. Es como si mi vida empezara hoy, pero sin embargo sé quién soy, sé mi nombre y mi edad, la fecha de mi cumpleaños, que trabajo de dependiente en esa tienda de informática y que tengo novia desde hace tres años.
Entonces, ¿qué es lo que me pasa?
Quizás debería darme una ducha, eso conseguirá aclararme las ideas.
No voy a afeitarme, sinceramente, paso, no me apetece, estoy harto del picor en la cara, de que se me irrite, creo que voy a probar a dejarme barba, ahora que vuelvo a mirarme en el espejo no me veo nada mal, me da un aspecto bohemio, incluso interesante. Estoy cansado de ser el chico formal, afeitadito y perfumado, con aspecto de niño bien, me parece que a partir de ya voy a cambiar eso.
Lo que no sé es qué va a opinar... hum... ¡joder!... ¿Cómo es posible? ¡Ahora mismo no me acuerdo de su nombre! ¡Por Diossss...! ¿Qué coño me está pasando?
Carla... uff, qué alivio. Carla, mi novia desde hace tres años. Morena, no muy alta, pelo corto a lo garçon, o al menos eso dice ella, pero ¿qué coño es “a lo garçon”? Estoy más que harto de esos estúpidos términos que de pronto parecen ponerse de moda, como los que surgen por las redes sociales; de pronto me siento idiota, pasado de moda, incluso viejo, tal vez analfabeto 2.0 ¡qué sé yo! Podría estar a diario mirando webs y buscando la nueva terminología y nunca acabaría.
Pero ¿en qué pensaba antes? ¡Ah, sí! En Carla... Es guapa, sí, muy guapa, aunque ahora mismo no consigo recordar su rostro. Joder... Cierro los ojos y trato de relajarme.
He estado pensando que como realmente me preocupa esta extraña amnesia, voy a empezar a escribir una especie de diario. Sí, sé que suena infantil, tal vez incluso amariconado, pero es que me asusta empezar a perder la memoria y llegar a olvidar hasta quién soy. Por eso tomaré notas, para recordarme qué es lo que hago en el caso de que se me olvide. Y voy a empezar desde ya...
Día 1
Hoy me he levantado un poco raro y con un extraño sabor en la boca, pero eso no ha sido lo peor de todo. De pronto tengo una extraña y enorme laguna en la cabeza, no consigo recordar ciertas cosas, como el día de ayer, también me cuesta recordar a mi novia, y eso me preocupa.
Siempre he temido sufrir algún tipo de enfermedad que me hiciera perder la cabeza, y aún soy joven para padecer algo así, o eso creo, el caso es que hoy me cuesta recordar cosas. A lo mejor es que ayer bebí demasiado, no debería haber tomado aquellas pastillas contra el resfriado sabiendo que me iba a poner hasta el culo de alcohol. Hum... si bebía demasiado tal vez es porque era sábado, así que ¿hoy es domingo?
¿Dónde se habrá metido Clara? Es como si no hubiera pasado la noche en casa. Seguro que también ella cogió una buena cogorza, lo más probable es que se haya quedado a dormir en casa de alguna de sus amigas. Luego la llamaré, cuando consiga recordar dónde he dejado el móvil... y cómo se llaman sus amigas...
Antes me he dado una ducha para tratar de despejarme un poco, a ver si es este maldito dolor de cabeza el que me está bloqueando el cerebro. Y cuando me he desnudado he comprobado que tenía los calzoncillos limpios, es raro, eso quiere decir que: a) ya me había duchado antes, aunque he de reconocer que cuando me he levantado apestaba a sudor, o b) no me había duchado sino que solo me había cambiado de calzoncillos, lo cual podría tener algún tipo de explicación en la cual no me apetece demasiado pensar.
Resumen: me he levantado con calzoncillos limpios y sin camiseta, dolor de cabeza y aspecto de no haber dormido en toda la noche, con ojeras, si afeitar, apestando a sudor... Conclusión: anoche me corrí una buena juerga. ¿O no? Es el alcohol, claro que sí, por eso no me acuerdo de nada. Solo tengo que relajarme, desayunar algo y tratar de darle esquinazo a la resaca, después empezaré a recordar y a disfrutar de este domingo.
Me acaba de pasar algo muy extraño: he ido a la nevera porque creo que tengo un poco de hambre, y digo “creo” porque realmente es una extraña sensación en el estómago, como si me doliera y reclamara comida pero al mismo tiempo no admite nada de lo que le quiera dar.
Pues eso, que he ido a la nevera, y cuando la he abierto he sentido naúseas. Leche, queso, mantequilla... ¡qué asco! Pero ¿por qué? ¡Me encanta el queso! ¡Soy un vicioso de la mantequilla! Y no sé vivir sin leche... También me ha dado asco la fruta, y las verduras... No sé si es que necesito un Almax o quizás un lavado de estómago. Sin embargo, me he acordado de esas hamburguesas congeladas y mi tripa se ha removido, he tenido que sacarlas, descongelarlas en el microondas y... no he podido esperar, ¡qué hambre! Joder, nunca había hecho algo así, y me han sabido deliciosas. Uff, estoy enfermo, ¿me estoy volviendo caníval, o loco?
Mi novia no aparece. ¿Dónde coño está? Son casi las cinco de la tarde. Comienzo a preocuparme. Además, este dolor de cabeza me está desquiciando, he estado a punto de tomarme un bote entero de aspirinas. Mierda... estoy mareado. ¿Dónde estás, Claudia?
Me he despertado en el suelo, boca abajo, con los brazos en cruz y la cabeza de lado, de mi boca se escapaba ese asqueroso hilo de baba, y cuando me lo he limpiado he visto que tenía un color como negruzco. No debería haber comido las hamburguesas crudas con ese ansia.
La casa está en silencio y ha empezado a anochecer. Ahora mismo son las ocho de la tarde. Ya no me duele la cabeza pero me encuentro fatal, siento que algo me arde por dentro, tengo el estómago revuelto y ganas de vomitar. Apenas puedo pensar en nada, intento concentrarme en algo para relajarme o para darle algo de sentido a este día extraño, pero lo único que me viene a la cabeza es este jodido silencio, eso y que no sé dónde se ha metido mi chica. Si ella estuviera aquí, sé que me sentiría mejor, o tal vez no... no sé, creo que habíamos discutido. No puedo acordarme pero tengo esa vaga sensación.
Vale, ya lo entiendo: discutimos y ella se fue de casa para alejarse de mí, o para desquitarse con sus amigas, o para joderme, no sé. Lo entiendo, lo entiendo, pero ahora la necesito, no sé estar enfermo si no está ella para cuidarme como hace siempre.
Mierda ¿dónde cojones está? ¿Qué es eso? Es un sonido fuerte y agudo, constante, se me ha metido en la cabeza y me atruena. ¡Basta! Corro hacia la puerta, es el timbre, a alguien se le ha pegado el dedo en el botón y no lo suelta. Así que abro la puerta bruscamente, y me encuentro cara a cara con una tía que me mira con desprecio.
-¿Dónde está? -me pregunta. Su voz es ronca y contundente. La observo, está vestida de fiesta, no me refiero a ese tipo de vestidos de boda o cosas así, sino que va arreglada, como si fuera a salir de marcha; también va maquillada, muy maquillada, tanto que si deslizara el dedo por su cara haría un surco. Es morena, de pelo largo y rizado, y sé que la conozco, pero ahora no recuerdo de qué.
-¿Quién? -murmullo, acordándome de pronto de su pregunta.
-¿Quién va a ser?
La muy descarada me empuja y entra con decisión en la casa, al tiempo que mira a su alrededor.
-Carla -dice en voz alta, llamando a alguien- ¡Carla!
Su voz me atruena, no tanto como lo había hecho el timbre, pero se está colando de lleno en mi cerebro, y eso me irrita.
-¿Qué quieres? -le increpo, enfadado.
Entonces, ella se gira hacia mí, con el rostro desencajado.
-Sé que habeis discutido -afirma- Ayer me llamó por teléfono para contármelo. Habíamos quedado en vernos hace dos horas y no ha aparecido, tampoco me coje el teléfono. Dime dónde está.
-No lo sé -Creo que se refiere a mi novia, pero no estoy del todo seguro- Llevo todo el día sin verla.
Ella pone los brazos en jarras y me mira desafiante.
-Cabrón, como le hayas hecho algo...
-Pero ¿qué dices? ¿Estás loca?
-Me dijo que estaba asustada, que le dabas miedo.
-Que yo ¿qué?
Me hierve la sangre, no lo puedo evitar, esta tía me está cabreando cada vez más. Siento que una extraña furia va creciendo poco a poco dentro de mí, y creo que me encantaría agarrarle por el cuello y estrangularla. Contente, contente...
Se muerde el labio inferior, nerviosa, y yo la miro fíjamente. De pronto hay algo en ese labio que me atrae; es rojo, intenso, de color carmín. Apetecible... Uff, no sé lo que digo. Pero ahora veo cómo la vena de su cuello se hincha, y de pronto tiene un poder hipnótico sobre mí.
-¿Por qué me miras así? -oigo vagamente que me pregunta. Y observo su rostro repentinamente preocupado, su ojos grandes y oscuros, su nariz afilada, las mejillas sonrosadas... Y su cuello... Su piel, blanquecina, brillante, tersa, sabrosa... Tengo ganas de saborearla.
Leo, me das miedo... Su voz se repite en mi cabeza, está asustada, me suplica con lágrimas en los ojos que me vaya. No puedo irme, es mi casa.
-¿Qué coño te pasa, eh? -casi grita, su voz me molesta. La odio, la deseo. Se me ha quedado la boca seca y tengo como un sabor metálico.
Está retrocediendo. Creo que va a intentar huir, y no puedo permitirlo. Tengo hambre, estoy muy nervioso, el cuerpo me tiembla y siento como si algo dentro de mí empezara a quemarme las entrañas. Quiero decirle que se esté quieta, pero solo puedo emitir un extraño gruñido que me asusta incluso a mí. Grita.
No voy a permitir que te escapes. El fuego me abrasa por dentro, la ira dictamina lo que he de hacer. La ira... ¿la ira? Cierra la puta boca, no puedes huir. Siento que sus huesos se quiebran bajo mis manos, y un sorprendente placer me inunda, al tiempo que el calor de su cuerpo se funde en mi boca.
Día 2
Me he despertado en la bañera empapado en sudor, y no sé por qué. En el suelo estaba este cuaderno, he leído lo que tenía apuntado, y puesto que ahora es de día entiendo que debería apuntarlo como “día 2” para seguir escribiendo lo que voy recordando. Cierro los ojos y trato de recordar. Puedo ver entre penumbra el pelo moreno de mi chica, pero su rostro se desdibuja y no puedo enfocarlo. Ni siquiera sé por qué me esfuerzo en pensar en ella, no me lleva a ninguna parte.
Me voy a centrar en mí. Me llamo Leo y tengo treinta y un años. Trabajo en... bueno... sé que trabajo, punto. Vivo en este piso de alquiler junto a una chica de la que no recuerdo su cara. Pero ya me acordaré. Me duele el cuerpo, sobre todo los brazos (no sé si es que practico algún tipo de deporte y son solo agujetas) y lo más extraño es el dolor de mandíbula. También siento como si los dientes se me movieran, he tenido que comprobar que no llevo dentadura postiza, por poco había creído que podría sacarme todos los dientes de una vez. Tengo una extraña sensación de saciedad que se está convirtiendo en náuseas. Y lo peor de todo es que tengo las manos manchadas de pintura roja.
Necesito lavarme un poco... Casi me caigo de espaldas cuando me he visto en el espejo. No solo tengo un aspecto terriblemente demacrado sino que alrededor de mi boca y parte de la barba hay restos resecos de algo que parece sangre. ¿Sangre? Estoy delirando... Voy a ducharme.
Vaaaale, vale, ahora lo entiendo, qué tontería... Anoche debí de pelearme con alguien, ¡está clarísimo! De ahí el dolor de brazos y de mandíbula, y los restos de sangre. Me debieron de dar una buena hostia. Lo extraño es que no tengo ningún hematoma, así que... tal vez el que repartió las hostias fui yo, y a decir verdad... la sangre no es mía. Así que gané yo, mmmm... Perfecto. Seguro que ese capullo se lo merecía.
Uff, pero ¿qué digo? Nunca he sido de pelearme, simplemente no me gusta, y mucho menos pegar a nadie, lo odio. Por eso, no entiendo por qué lo habré hecho, ni quién habrá recibido mis golpes, tampoco sé si quiero saberlo... Creo que debería ir a cenar algo y ver un poco la tele, no sé cuándo fue la última vez que supe lo que está pasando en el mundo, eso quizás lo he querido olvidar.
Estaba equivocado, ayer, día 1, no era domingo sino viernes, así que hoy es sábado. Y ¿qué hago yo un sábado noche en casa? ¡Error! Que le den a mi novia si no piensa aparecer, yo me voyde fiesssshhhhta...
Creo que, a pesar de la amnesia, mi cuerpo sabe perfectamente hacia dónde tengo que ir. La verdad es que me siento bastante vigoroso ahora, he bajado los cuatro pisos del edificio andando, qué digo andando: saltando; y cuando he salido a la calle, he inspirado una bocanada de aire dudosamente puro y me he recargado de energía. Vaya, para haber tenido supuestamente una pelea ayer, me siento muy bien. Y ahora estoy cerca de la zona de marcha, la reconozco, para esto no he perdido la memoria, sé que vengo a menudo por aquí y que incluso tengo mis bares favoritos.
Necesito un buen trago, tal vez eso me ayude a recuperar la cordura. A lo lejos, un grupo de gente charla en corrillo. Me suenan algunos de ellos, tal vez incluso son amigos, pero ninguno me mira, así que paso de decirles nada; y me meto en este bar. La música está a tope, el local está en penumbra, la barra se encuentra a lo lejos y para llegar hasta ella tengo que abrirme camino entre un montón de gente que baila al ritmo de no séquémierda, intento no mirarles porque su baile me da grima. Solo quiero que me dejen pasar, ¿es mucho pedir? De pronto alguien me sujeta por el brazo.
-¡Leo!
Ese es mi nombre... Un tipo alto de pelo greñudo y liso me mira mientras sonríe, tiene una nariz aguileña que me resulta familliar, así como esa boca abierta que deja entrever unos dientes pequeños. Pero no sé quién es. ¿Cómo es posible?
-¿Dónde te habías metido? -me pregunta gritando, tratando de que su voz se oiga por encima de la música enlatada, la cual me está poniendo de mala hostia.
-He estado ocupado -miento, no puedo explicarle en qué, así que espero que no pregunte.
-El otro día me dejaste un poco rallado, ¿sabes?
-¿Por qué?
-Por la pelea con aquel tipo.
¡Ahá! Lo sabía: una pelea.
-Me dijeron que había acosado a tu piva -continúa el supuesto conocido- Si yo hubiera sido tú, le habría reventado a hostias.
Entonces, río, con sorna.
-Eso hice.
-¿Cómo?
-Que eso hice.
Entonces, ahora es él quien ríe.
-Pero si te dejó noqueado, tío, aunque veo que no te acuerdas -sigue riendo- No parecías estar muy bien. El Trenzas me dijo que te llevó semiinconsciente a casa.
¿El Trenzas?
-Pero al mamón ese le dieron de su propia medicina, que lo sepas. Parece ser que intentó repetir la jugada pero esta vez el novio de la pava era un cuatro por cuatro y le molió a palos -Ríe de nuevo.
Necesito algo de beber, ¡YA!
-¿Cómo está Carla?
Y le miro con sorpresa, aunque no parece darse cuenta. ¿De qué coño me habla?
-Necesito un trago, tío, déjame llegar hasta la barra.
No sé cómo lo he conseguido, pero por fin la rubia de bote me ha servido un buen copazo de whisky con cola. Podría bebérmelo de un solo trago, pero apenas he salido con pasta (¿cómo he podido olvidarme de coger más dinero?) así que tengo que estirar lo poco que llevo encima.
No veo al greñudo, por fortuna. No me gusta, no sé si se supone que es amigo mío, pero no me gusta.
Observo a la gente bailar, ahora una canción de una mujer que grita cada vez más alto (creo que voy a durar poco aquí dentro), y me parecen marionetas, autómatas, zombies o algo así, como si fueran empastillados hasta las cejas y se movieran bajo una extraña programación conjunta.Ya deliras, Leo... Ese es mi nombre.
Hay un tipo cerca de mí, creo que baila frente a otro tío, más bajito que él, pero apenas puedo verle la cara porque le tengo de espalda; sin embargo, a este tipo le miro descaradamente, me da igual que se de cuenta. Es gracioso, parece concentrarse en la canción para sincronizar sus movimientos: el tío es arrítmico por completo. Siento una especie de extraña compasión hacia él.
¿Compasión? No... Mirándole bien, la verdad es que me resulta bastante ridículo, me atreveria a decir que incluso da vergüenza ajena. Qué tío más imbécil.
No sé, me están empezando a irritar sus movimientos, parecen espasmos. Menudo fantoche. Empieza a darme incluso asco. No, asco no sería la palabra adecuada, más bien me repugna. ¿Qué digo me repugna? Me cabrea, me cabrea muchísimo. Pero ¿por qué está ahí plantado delante mío?, ¿qué hace el muy capullo con esos espasmos horteras? ¡Eeeeeh, tú! ¿De qué coño vas?
Ahora me mira, ¿acaso he pensado en voz alta? Sus ojos son pequeños y negros, me miran sin comprender. Tengo ganas de arrancárselos y reírme en su cara mientras los machaco con los pies. Creo que me dice algo. No me importa una mierda, solo quiero arrancarle esos dientes podridos, uno por uno, y hacérselos tragar, y después romperle las piernas para que se le quiten las ganas de volver a moverse así. ¿Qué dices, capullo? Te vas a enterar...
Trato de abalanzarme sobre él, pero de pronto ha abierto la boca y veo que de ella sabe un líquido extraño que me deja paralizado. Es de color oscuro, y viscoso. No puedo dejar de mirarlo. Y no sé si pasan segundos, minutos u horas, pero estoy como hechizado, el tipo también parece estarlo.
Gritos. No sé de dónde. Y el tío de los espasmos empieza a hacer aspavientos. De pronto el que bailaba frente a él está en el suelo, como inconsciente; y es extraño, porque no recuerdo haberle visto caer. Le miro y veo que no se mueve. Tengo ganas de acercarme y rematarlo. Pero el tío al que aborrezco se me ha adelantado. Lo veo arrodillarse junto a él, lo ha agarrado con fuerza, y no sé qué coño hace, ¡pero qué cojones...!
Gritos y más gritos. La música se ha parado. Ahora solo oigo los latidos de mi corazón, fuertes, arrítmicos. Me tiemblan las piernas. Oigo ruido, mucho ruido. Ahora soy consciente, la gente está corriendo a mi alrededor, despavorida, sin saber bien dónde ir, por dónde salir. No me explico qué está pasando, solo sé que no puedo moverme.
De pronto alguien me ha agarrado. Es el greñudo, tiene la cara desencajada y me mira con los ojos desorbitados.
-¡Tenemos que salir de aquí! -grita, y noto que su voz tiembla.
¿Salir? Quiero decirle algo, pero solo puedo emitir un extraño sonido. Ahora es él quien está paralizado. Te voy a despellejar como a un conejo... Estoy en el suelo. Puedo ver un montón de piernas y pies moviéndose a un ritmo desenfrenado a mi alrededor, tengo miedo de que me pisen pero parecen saltarme. Trato de levantarme como puedo, a pesar del dolor de cuerpo, me siento fuerte pero al mismo tiempo agarrotado y un poco confuso, además empieza a dolerme la cabeza como si alguien me estuviera estirando del cerebro sin piedad.
Mis manos y ropa están manchadas y vuelvo a sentir ese sabor metálico. Hay una chica al fondo de la sala, se ha sentado en el suelo y me parece que está temblando, además llora sin parar, creo que está en estado de shock. Intento acercarme hasta ella. Me mira a los ojos, aterrorizada, y grita, grita muy fuerte, tan fuerte que me duelen los tímpanos.
- ¡Cállate!
-Oh, Dios -lloriquea a continuación- No me hagas daño.
No podría hacerle daño, quiero ayudarla, solo quiero ayudarla. Me acerco más aún y ella vuelve a gritar. Me siento mareado, no sé por...
Día 3
No sé qué me está pasando, creo que estoy teniendo horribles pesadillas mientras duermo, pero son tan reales que podría empezar a creérmelas de verdad. Estoy en casa, tirado en la cama, con ganas de potar. Tengo las ropas manchadas de un montón de productos diferentes que no sabría identificar, y el cuerpo magullado. Me duele la cabeza, me duele la mandíbula, me duelen incluso las encías. Supongo que es eso de la tensión acumulada. ¿Cómo se llama cuando aprietas los dientes con fuerza mientras duermes? Bueno, no sé, pero creo que estoy sufriendo algo de eso.
Y para colmo, apenas puedo respirar, siento una fuerte presión en el pecho. Debo de estar siendo víctima de una broma pesada, ahora estaba pensando que tal vez alguien me echó algo en la bebida anoche.
Anoche... Trato de recordar y no lo consigo, tengo imágenes borrosas y fogonazos sueltos que no soy capaz de hilar. Ya hasta dudo de si en verdad salí o me monté yo solo la fiesta en casa. No sé qué mierda he tomado, pero me está volviendo loco.
Ni siquiera sé por qué me molesto en escribir este estúpido diario, no me sirve para nada, porque no recuerdo absolutamente nada, y no escribo más que gilipolleces sin sentido. Me pregunto si hablo de mí o si me estoy autoinventando sobre la marcha, al volver a leer lo de los días 1 y 2 me parece que he dejado volar mi imaginación y que he creado una vida paralela. Por ejemplo: ¿realmente tengo novia? Porque yo no veo a ninguna tía por ninguna parte...
Joder, sí... Hay rastros de ella por toda la casa: botes de crema en el baño, pinzas de depilar, maquillaje, su colonia... Ropa de mujer en el armario, zapatos de tacón, incluso sujetadores... O una tía está viviendo conmigo o es que a mi me gusta travestirme... He encontrado evidencias de una presencia femenina en la casa, pero... ¿dónde está ella? ¿Por qué no aparece?
Un ruido, muy fuerte, me atruena, me llevo las manos a los oídos, me hace daño, quiero gritar... El puto timbre ¡joder! Voy hasta la puerta, estoy de mala hostia, agarro el pomo con fuerza y abro. No me lo puedo creer, hay un tipo greñudo frente a mí, y me mira con cara de asco; a su lado, otro tío, pero éste es calvo, o va rapado, no sé.
-¿Qué coño queréis?
No me contestan. En cambio, el calvo alza de pronto su brazo y... Siento como si me hubiera pasado por encima una apisonadora; apenas puedo moverme, los oídos me zumban, y es como si algo muy pesado se hubiera instalado sobre mi cabeza, provocándome un daño atroz. Trato de abrir los ojos, esta ceguera me mata, no sé qué pasa a mi alrededor. Estoy desorientado. Respiro hondo y trato de pensar, trato de ser consciente de que estoy despierto, y aunque no veo ni oigo lo que sucede, parece que poco a poco comienzo a recuperar cada uno de mis sentidos. Mi piel arde, me concentro en el dolor y me doy cuenta de que son mis brazos los que duelen, los tengo cruzados en la espalda y algo me impide que los mueva con soltura.
Lo que arde son mis muñecas, creo que están atadas. La cabeza está caída sobre mi pecho, intento levantarla pero me duele mucho el cuello. Los ojos, los tengo cerrados, trato de abrirlos, me escuecen, pero empiezo a ver algo. Creo que una especie de líquido cae sobre ellos, por eso escuecen. Ese líquido parece que emana desde arriba, y resbala por mi mejilla hasta llegar a la boca.
Lo saboreo. Es mi propia sangre. Empiezo a ver, poco a poco, aunque borroso, y me siento mareado. Así que intento decir algo, pero solo consigo lamer mis labios y beber de mi sangre para tratar de acabar con la sequedad de mi garganta.
-Qué asco -oigo de pronto- Tío, qué cojones te está pasando.
Ahora puedo ver a ese greñudo, sus labios tiemblan, me mira con temor y desprecio. No sé por qué, pero le sonrío.
-Cabrón -dice el otro, el calvo. Le miro. No es calvo, definitivamente va rapado. Observo su rostro, me es familiar, pero me da igual, tiene la piel sonrosada y lisa, los mofletes abultados. Me encantaría poder morderlos y saborearlos.
-¿Qué hacemos?
El rapado se pasa la mano por la cabeza con nerviosismo. En sus ojos veo algo de compasión, tal vez duda, y se muerde el labio, indeciso.
-Leo, escúchame. Tienes que decirnos qué te está pasando, por qué haces esto.
-Tío, ¿qué está pasando? ¿Por qué me atacaste? Te volviste loco de repente...
Miro al greñudo, que se lleva la mano al cuello del jersey, acto seguido lo baja y me muestra una extraña herida inflamada y de color rojizo. De pronto algo se mueve en mi interior, mi estómago arde y mi boca se hace agua. Me remuevo en la silla, tengo que librarme de lo que sea que me sujeta a ella.
-¿Por qué me atacaste? -repite el greñudo- Joder, parecías un salvaje. De pronto os volvisteis todos locos allí dentro. ¿Es por algo que tomasteis?
Empiezo a agitarme, a removerme con fuerza, y mi cuerpo pega sacudidas.
-¡Estate quieto! -me grita el rapado, y yo le miro con odio, por haberme atado, por retenerme allí. Él levanta su mano y me muestra una barra metálica, supongo que es con ella con lo que me ha golpeado tras abrirles la puerta
- No me obligues a darte de nuevo, esta vez me da igual si te mato.No te reconozco... No sé quién eres.
Quiero contestarle y no puedo, no consigo articular palabra alguna.
-¿Dónde está Carla?
¿Quién es Carla?
-¿Por qué me atacaste?
Solo quería arrancarte el pellejo y comerme tus intestinos.
-¿Dónde...?
-¿Por qué...?
-¿Dón........?
Hay algo que me arde por dentro y no me deja pensar, siento que una especie de fuego comienza en mi estómago y va subiendo rápidamente a través de mi cuello para expandirse por mi cabeza y alojarse en mi cerebro. El fuego quema, y duele. No puedo ver, no puedo oír, ayudadme, seáis quienes seáis... Ayudadme...
Les miro, han parado, y me observan, con miedo. Están asustados, puedo olerlo, esa peste a sudor y a terror ha inundado el cuarto. Les miro a los ojos y siento que quieren retroceder. Se han callado de pronto. Balbucean y eso dibuja una sonrisa en mi boca.
-Algo va mal, tío. Seguro que se ha metido algo, no sé, algo que vendieran ayer. No lo entiendo.
-Vigílale un momento, voy a mirar por la casa.
-Pero ¿qué dices? ¡No me dejes solo con él!
-¿No ves que está atado? Joder...
Pelo largo, nariz prominente, ojos saliéndose de las órbitas. Será el primero en morir por su debilidad. Quiero hacerlo, quiero abalanzarme y arrancarle esos absurdos ojos, quiero desgarrar esa nariz prominente y hacérsela comer, quiero arrancarle el pelo lentamente y escuchar sus gritos,comerme sus mofletes mientras le abro en canal.
-Tren... Tren... zas... tío, ¿dónde estás?
Su voz tiembla. Quiero reír, pero mi cuerpo no me responde. El rapado vuelve a escena, trae un cuaderno en su mano y lo agita frente a mí.
-¿Qué es eso? -le pregunta el otro.
-Un cuaderno.
-Ya lo veo, pero qué haces con él.
-Hoy me he levantado un poco raro y con un extraño sabor en la boca -lee-, pero eso no ha sido lo peor de todo. De pronto tengo una extraña y enorme laguna en la cabeza, no consigo recordar ciertas cosas, como el día de ayer, también me cuesta recordar a mi novia, y eso me preocupa -me mira, con los ojos abiertos como platos- ¿Esto lo has escrito tú?
No puedo hacer otra cosa más que mirarle. No me salen las palabras, ni siquiera tengo ganas de contestar, no sé de qué me está hablando.
-¡Responde!
Silencio.
-¿Qué más pone?
El rapado sigue leyendo del cuaderno, a ratos me mira.
-Se ha vuelto loco -dice el melenudo - ¿qué coño está diciendo ahí?
El otro me mira fijamente.
-¿Dónde está, cabrón? ¿Qué has hecho con mi novia? ¡Sé que ayer vino a verte! -agita de nuevo el cuaderno - ¡No me trago nada de esto! ¿Dónde está?
Se abalanza hacia mí pero el melenudo le sujeta.
- ¿Crees que la ha matado?
- ¡Gilipollas, no digas eso!
- ¡Es lo que estás insinuando!
De pronto me sujeta y acerca su cara hacia mí, siento su aliento sobre mis ojos, está cerca, muy cerca... muy cerca... Abro la boca, y entonces le engancho con los dientes por la barbilla. Le oigo gritar. Se agita, me empuja, zafándose de mí. Tengo un trozo de carne en la boca y comienzo a masticarlo, satisfecho; está caliente, tierno, delicioso... Me insulta, alza su mano y deja caer esa barra sobre mí.
He caído al suelo y esta vez no me he desmayado, todo lo contrario, aunque he cerrado los ojos para que se crean que han conseguido matarme. Aún le oigo gritar, el melenudo grita también, con pavor. Los dos corren en dirección al baño, dejándome inmóvil en el suelo. Aún tengo el sabor de la carne en la boca, y me gusta, tengo que conseguir liberarme y acabar con la comida.
Más gritos, más blasfemias. De pronto vuelvo a ver aparecer al melenudo, camina inclinado hacia delante y con una mano se tapa la boca, cuando llega hasta mí comienza a vomitar. Es asqueroso.
-¡Hijo de puta! -grita el otro desde alguna parte- ¡cabrón!
También vuelve a escena, me sujeta con fuerza para levantarme del suelo y a continuación comienza a golpearme con rabia en la cara y el estómago. Pero no me duele, al contrario, me produce placer. Caigo del nuevo al suelo, y me río, me oigo a mí mismo pero no me reconozco. El rapado me patea. Está rabioso, y eso me hace sentir más fuerte: su rabia hincha mi orgullo. Pero estoy harto, harto de estar perdiendo el tiempo, harto de dejarles salirse con la suya. Ya está bien de juegos...
-¿Qué era eso? -el melenudo balbucea. Ha caído al suelo y trata de esconderse detrás de uno de los sillones- Dios... ¿qué coño era eso?
Oigo al rapado repetir la has matado, pedazo de cabrón. Se acabó...Agito con fuerza los brazos y lo que los sujeta cede. Libres. Puedo agarrar con fuerza ese pie que me patear, lo retuerzo y le hago caer. Repto como puedo mientras le voy sujetando por las iernas, hasta que consigo alcanzar su tronco. Me agarra por la cabeza, trata de retorcerla. Yo soy más fuerte, mucho más fuerte. Muerdo una de las manos, sujetándola entre los dientes, dejando que grite, sabiendo lo que va a suceder, hasta que comienzo a desgarrarla. Grita, patalea, insulta.
Alcanzo su cabeza y le sujeto por el cuello. Carne, sangre caliente, las venas aún laten. Delicioso. Siento que su vida se va deshaciendo en mi boca hasta apagarse lentamente. Pero la sangre se enfriará y dejará de ser tan buena.
Aún queda el otro. Llora, suplica, me mira con los ojos fuera de las órbitas. Los agarro, los quiero en mis manos pero los hundo. Rabia. Su cara se descompone bajo mis dedos, me ayudo de los dientes para poder trocearla, y la saboreo. Estoy saciado. Pero siento rabia. Los cuerpos se enfrían. Quiero más... La calle, lugar inhóspito, podría haber un silencio sepulcral pero oigo murmullos cerca de mí, lamentos, llantos, gritos lejanos... Sombras alrededor que se materializan. Me siento observado.
Levanto la mirada y descubro a un tío mirándome fijamente; bajo sus ojos hay una línea oscura que marca una bolsas hinchadas, y el rostro inexpresivo, impávido, congelado. Está quieto, pero aun así me pongo a la defensiva. Él o yo. De pronto abre la boca y de ella emana un gorgoteo. Resoplo.
Alza sus manos como si pretendiera alcanzarme desde su posición, y comienza a avanzar torpemente hacia mí, entonces me doy cuenta de lo difícil que le resulta caminar con esas piernas quebradas que se tambalean a cada paso. Me río. Seré yo, no él. Me acerco lentamente, cauto, y de un manotazo tumbo al espécimen, que comienza a revolverse en el suelo. Subo la pierna, y acto seguido comienzo a patear su cara con fuerza. Seré yo, no él. Pateo hasta que deja de gemir y ya no se mueve. Entonces, de nuevo río, y no sé por qué, me pregunto de dónde me sobreviene esta extraña fuerza, esta repentina ira, ¿habré sido siempre así? No lo sé, pero me gusta, me hace sentir bien. Ahora veo ese rostro desencajado, la cabeza abierta, y tengo ganas de más...
Escucho un extraño ruido a mi alrededor, es esa marea de llantos y gemidos que va avanzando poco a poco hacia mí, y siento que cada vez está más cerca. Miro a mi alrededor en busca de su procedencia, vuelvo a ver sombras, pero no encuentro los cuerpos; los gritos están cada vez más próximos. Los espero, sé que traerán algo bueno. Leo...
El escuchar de pronto mi nombre me sobresalta, y me giro, buscando a quien lo ha pronunciado. Entonces, de pronto veo a ese ser ante mí. Es una hembra con las ropas hechas jirones, el cuerpo magullado y lleno de arañazos, ensangrentado; pero lo que más me llama la atención es su rostro, muy pálido, desencajado, los grandes ojos negros abiertos como platos, la boca dibujando una mueca de incredulidad. Me suena la expresión de su cara, ese pelo negro corto y alborotado.
Leo, me das miedo... De pronto su voz se cuela en mi cabeza, aunque esa tiparraca no ha abierto la boca en ningún momento.
¿Que yo te doy miedo? ¡Por Dios, mírate! ¿Qué coño te pasa, por qué te has puesto hecha una furia conmigo? ¡No lo entiendo, solo he tratado de defenderte!
Esas voces llegan hasta mí, no entiendo de dónde salen. No lo sé, te juro que no sé qué está pasando. Creo poder ver ese rostro ensangrentado lleno de lágrimas, es como un fotograma de otro momento, en otro tiempo, quizás algún recuerdo, o algo que me he inventado. Me mira, con ojos llorosos, y dice: solo sé que me siento muy rara, es como si tuviera fiebre, siento que algo me arde por dentro, y tú no haces más que gritarme, nunca te había visto así...
De pronto, ella se relame y comienza a dibujar una extraña sonrisa en esos labios finos y llenosde alguna sustancia reseca. Yo me siento igual... Quiero decirle algo, pero solo puedo mirarla. Ella también me mira. Estamos quietos, esperando, no sé a qué, pero me canso. No sé de dónde ha salido, ni por qué me mira así. Solo sé que quiero retorcer su cuello y morderlo hasta acabar con ella. O ella, o yo. Seré yo.
Se me adelanta, ha saltado hacia mí, su destreza me ha pillado por sorpresa. De pronto se ha aferrado a mi cabeza con los dos brazos, sujetándola con fuerza, rodeándome con sus piernas por la cintura. Siento su aliento en mi cara, luego en mi cuello, y por último en la oreja.
Una especie de descarga cruza mi cabeza y se cuela en mi cerebro, siento que mi cara comienza a arder. Dolor, mucho dolor. Trato de separar a la tiparraca de mí. La observo y descubro que tiene mi oreja entre sus dientes. Sus ojos están fuera de órbita. Grito. La sujeto por el cuello y comienzo a apretar.
Leo, me das miedo... Puedo sentir esos pequeños huesos bajo mis manos, quebrándose uno a uno, y su tráquea parece vibrar. Sus piernas se cierran aún con más fuerza sobre mi cintura, siento que me falta la respiración. El pecho me arde. O ella o yo. Seré yo...
El tío ese, el que ha tratado de agredirme, tenía algo extraño, ¿sabes? No era normal, sus ojos estaban como locos. Yo reía ante su ocurrencia. Claro que no era normal, tenía pinta de estar como una cuba, pero no te preocupes, ya no volverá a acercarse a ti. Y besé esos labios, antes pintados de color carmín, antes vivos, cálidos.
El capullo ha tratado de morderme como si fuera un zombi. La gente está muy mal de la cabeza... Hemos caído al suelo casi al mismo tiempo. Puedo ver sus ojos vacíos, sin vida, ese líquido espeso emanando de su boca, y la lengua fuera de ella, el cuerpo retorcido en un gesto casiimposible. Trato de levantarme pero no puedo, no tengo fuerzas, no sé qué me habrá hecho esa zorra pero estoy inmovilizado, nada en mi cuerpo responde, solo la vista, y el oído.
Y oigo pasos, oigo berridos, ese gemido tan familiar ahora. Puedo ver zapatos y pies descalzos aproximándose, se detienen cerca de mí. Risas, quejidos. Puedo ver sus rostros, ojerosos, desencajados, relamiéndose. Veo sus bocas, sus dientes podridos. Caen sobre mí. O ellos, o yo... No seré yo...
EPÍLOGO
Proyecto: 36/20120430-DZ
Finalidad: Reducción población inactiva.
Peligrosidad: Altamente arriesgado.
Posibilidades de éxito: 20%
Resumen: Durante las 96 horas estimadas de duración para las que se programó el desarrollo del proyecto, hemos de constatar que se han cumplido todas las expectativas impuestas, a saber: planteamiento, desarrollo y finalización del virus V1408, canalización de las posibilidades de expansión, salida del individuo cero y contagio masivo controlado. Como consecuencia, el porcentaje de habitantes en terreno nacional ha disminuido en un 48% tal y como estaba previsto.
Pasadas las 96 horas, el virus V1408 se ha evaporado y desaparecido. A partir de ahora se procede a reestructurar el mercado laboral.
Nivel actual de contagio del virus: 0,1%
Resolución: Completado con éxito. Ciertas complicaciones a la hora de exterminar el virus V1408 en la población.
Observaciones a tener en cuenta: Se sigue trabajando para eliminar el 0,1% residual, no sedescarta un posible aumento de dicho porcentaje en las próximas horas o una posible mutación del virus.
Comunicado oficial a los medios informativos: A lo largo de un periodo de cuatro día, la población parece haber contraído algún tipo de enfermedad neurotransmisora que ha incidido de forma repentina sobre sus actos y ha provocado una reacción violenta, lo que ha llevado a un gran sector de la población a atacar o ser atacada de manera salvaje, sin que las autoridades hayan podido reaccionar a tiempo. Por fortuna, pasado el período de 96 horas, la enfermedad ha sido controlada y la población calmada, por lo que no se esperan más bajas inmediatas.
El gobierno sigue trabajando para normalizar la situación.


Espero que os guste!